Este reino administrativo, que burocratiza hasta la libertad
por los que más la
proclaman como un suvenir,
en este lugar donde es peligroso comerse algo ( como unas setas)
inconexo a la red
informática policial: ellos no se privan.
Eres un hambriento sin identificar, con apellidos, pero ralos,
incomprendidos para
la jerga primate de maderos que aporrean.
Y resulta que tú, con
toda esa informalidad, eres el árbol
que les da sombra, que les llena los bolsillos de comida:
detenidos X alimentos:
productividad a tope.
Es peligrosa la libertad, incluso más que para nadie,
para quien la ejerce
inocentemente;
porque siempre hay guardianes
en las puertas
de sus
palacios,
que te cachean,
te sacan las huellas y la fisonomía,
para que los de siempre salten la banca oficial
y oficiosa,
sin ser
identificables, más que
por su perfume
predador.
Los requisitos de identificación más infalibles son el
dinero y los amigos,
y los amigos de los
amigos, eso tan conocido en Sicilia y
Nápoles,
y que decora sus monumentos y sus calles
de descuidado arte
pueblerino, con el habla
cantarina y duende que lucha por
escapar de todo.
Nos gobierna un neoliberalismo estalinista, un fascismo
de papel mojado y confeti,
de papel mojado y confeti,
y por eso la gente
sufre esta transmigración de los miedos:
el miedo a no hacer, es ya más grande, debe serlo,
que el miedo a hacer lo que es debido.
el miedo a no hacer, es ya más grande, debe serlo,
que el miedo a hacer lo que es debido.
Y arriba está el
hombre del almirez, esperando el momento
de aplastarnos
con su mano opaca
entre las sombras.
Pero nosotros sabemos
ya, que el poder de machacar, se vence moviendonos
sin plan premeditado, sin menú para matar o respirar sangre alguna.
sin plan premeditado, sin menú para matar o respirar sangre alguna.
Y, sobre todo, dispersando nuestra
risa y nuestra lagrima,
caliente y hermanada.
El poder de machacar no está en la mano, si no en la fuerza de la mente
que sostiene ese
designio,
y nosotros somos
tantos, los que tenemos sobradas razones,
para machacar
toda la resignación
y el entreguismo de nuestra Era Dormida:
que no podemos, no podemos, no debemos,
quedarnos mirando cómo nos derriba, nos tritura, nos engulle,
nos digiere hacia el
abismo, el dinosaurio gigante de las urbes.
Podemos hacer algo,
lanzarle al vacío con nuestra
rabia de dragón,
y nuestra astucia de vencidos
de la historia,
de ratoncillos que ven su tesoro de queso,
entremezclado en la tierra que
ellos asolaron.
APU
2015-01-19
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