jueves, 22 de enero de 2015

EL REINO; LOS MAGOS Y EL NIÑO.-







Hubo en la antigüedad un reino, Oestia, en  lo que se conocía como el extremo occidente. En ese reino reinaba un hombre, Paladio, títere de su jefe de gobierno, Chitón. El rey estaba casado  con su bella  hermanastra Ermelinda, hija de su madrastra, y no era un matrimonio al que se pudiera calificar  precisamente  de  feliz. Si no que, más bien, fue una boda  de conveniencia. Tan de conveniencia, que hasta el momento no habían tenido hijos, después de cinco años de casados.  Se sabía que el rey tenía varias amantes. Pero entre ellas se rumoreaba que  la preferida  era una  seguidora del movimiento espartaquiano, que pretendía  derrocar  al poder constituido. Lo cual, no dejaba de ser un escándalo  entre las familias pudientes y poderosas de la corte, en Toletum. Algunos hablaban y no paraban,  y maldecían  un posible doble juego del rey  Paladio. El rey   Paladio solo podía confiar , como  fieles  a su causa  más intima, en su jefe de guardia personal , en ésta, y en el ministro  para asuntos  Extranjeros.



La belleza de la joven era ya casi una leyenda,  acrecentada por el desconocimiento sobre su  identidad. Ello , se decía, torturaba a la presumida y vanidosa  reina Ermelinda, y enfadaba sobremanera a su madre.


Un día, el jefe del Gobierno, dictó una ley, que el rey tuvo que firmar, prohibiendo la magia  en todos los territorios del reino. El rey lo firmó, a pesar de ser gran amante de la magia y las religiones populares, afición heredada de sus verdaderos padres, los anteriores reyes, descendientes de los reyes más antiguos de Oestia.  Pero la reina madre (coaligada con el obispo y sumo sacerdote de la religión oficial, mosen De Pratera), que, como creo haber dicho, era su madrastra y no su verdadera progenitora, le había amedrentado, amenazándole  que incurriría en  apostasía y herejía, si no tomaba posición  frente a las magias ocultas y antiguas. Y unida a ella, tenían gran influencia sobre el rey,  en ese sentido,  el citado primer Ministro Chitón y el ya tan mentado sumo  sacerdote,  obispo Baco de Pratera. Era este un cardenal, jefe de la iglesia oficial, que condenaba  sin remedio a pobres gentes, que solo seguían ritos antiguos  por  costumbre  adquirida de tiempo inmemorial. Él solía  ponerse  de ejemplo  para  convertir a paganos. Pero a pesar de su aparente  beatitud y escrupulosidad  religiosa, se rumoreaba  que  tenía gustos y aficiones depravadas, que desahogaba con  las más jóvenes y bellas doncellas  que sus esbirros le buscaban por toda Oestia. 

Su religión  proclamada, que como he dicho era la oficial, se basaba en ritos sincretizados de creencias ancestrales. Pero en realidad lo que predominaba en su esencia, como sintesis de un ideal sublime, era un velo detrás del que se escondía la avaricia, y los múltiples métodos conocidos ya por entonces para secuestrar las mentes más inocentes, extraviadas, pacatas, indolentes, necias o analfabetas. A través de la chispa genial y eléctrica que había creado a los seres humanos, ellos cambiaban la voluntad de las gentes, a su capricho. Por medio de muy variados trucos y experimentos, torturas, maldiciones y decretos de excomunion o autos de fe, que escondían ritos ocultos de poder oscuro. De todos ellos se valían el arzobispo y la reina madre, junto con su hija la reina consorte Ermelinda.



No era solo la magia de los magos populares la prohibida, era la magia de la alegría de celebrar los nacimientos de los nuevos seres, de los niños. La alegría  de las bodas,  de los cumpleaños, los aniversarios, los éxitos  y  logros  personales,  y las onomásticas.  Prohibió la magia de toda  creencia  espiritual, política y social. Todo  a favor de una religión oficial caduca, formalista, llena de liturgias y ritos vacíos. Pero en la que sus  jefes, los sumos sacerdotes,  solo se preocupaban de seguir  las fórmulas exteriores,  y  descuidaban, cuando no  olvidaban o dejaban de cumplir, su contenido profundo  y  comprometedor.


El reino se sumió en una gran penuria, debida a los fastos y dispendios en las celebraciones exteriores de los sumos sacerdotes y de los potentados : los ricos y los  políticos del reino, podían  regatear el cumplimiento de las leyes. Y así celebraban cacerías, banquetes, bodas , bautizos, naumaquias, en todos los cuales festejos se gastaban cantidades ingentes de dinero. Los más caros eran  los  juegos de circo y coliseo, donde algunos  detenidos y presos, entre  los activistas pertenecientes al movimiento rebelde  espartaquiano (cuyo germen habían sido unos  atenienses  residentes en Esparta, deportados  a  Oestia), debían pelear a muerte con esclavos gladiadores,  traídos de países ignotos. Junto a ellos, reunían a vagabundos, menesterosos y delincuentes, a los que alimentaban y luego adiestraban para el combate. También entre ellos había toda clase de presos políticos, y enemigos de la religión oficial. 

Todos pelebaban entre ellos y asimismo lo hacían contra leones, tigres traidos de Persia, leopardos, las temidas panteras diente de sable y otros felinos. También contra lobos, osos, y los más temidos y terribles, los rojos y enormes  toros de  Iberia y de toda Oestia, junto a los elefantes de Libia y Tingis Magerebia. Pues  ellos, los gobernantes,  tenían el poder sobre la policía y los funcionarios encargados  de hacer cumplir las leyes. 

 

La gente sencilla, entonces, empezó a dejar de creer en  las normas y mandatos oficiales (aquellos que de  verdad creían en ellos), y en los  que  proclamaban la bondad de la ayuda  mutua, el respeto y la generosidad  material y espiritual.


De todo ello tuvieron noticia unos sabios magos que habían estudiado juntos, en unas viejas y afamadas escuelas de magia y altos saberes de la antiguedad, de Toletum y Helmántica. Uno volvío a su reino del este de Europa, otro al suyo de Medio Oriente, y el tercero a un gran Imperio del que era príncipe en el África Occidental. De todo ello, de todo lo contado, supieron, a través de correos y enlaces que unían esos reinos ancestrales por los caminos de la antiguedad. Así como de cierta noticia relacionada con un niño. Quizá ese niño ya existía. La nueva tenía el viejo halo de las profecías, y las noticias no eran claras. Quizá estaba naciendo el bebé en esos momentos. O pudiera ser que naciese en un futuro ya muy próximo..................... 






















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