domingo, 8 de marzo de 2015

UN POETA PARA EL PUEBLO ROJO 3 .-

Hay pueblos incompatibles,
hay civilizaciones que asumen un destino avasallador,
y pueblos cantores que se embarcaron desde su trueno
inicial, en la asumida espiral de la desaparición camuflada.
Un mutis por el foro, que sigue vertiendo un manantial
de ardores, en silvestre disimulo y transparencia.
Así perduran ambos, la columna clásica de los milenios
y el canto florido de las eternidades,
la armadura en metales, que hacen brillar un sol  inflexible,
y  el ropaje, sediento de abrazos, de esos humanos,
cuya huella modesta, es una piel despistada en molde de siglos.
De lo nuevo y arcaico, que fue el inicio y clásico centro del mundo.
El mundo del mar antiguo de los mitos perdidos,
el mundo del mar común, de  leyenda atenea y roma.
Su gente roja de navíos tarsios, y viento en llanura,
o blanca de brumas, bosques y hielos.
La de piel de aceituna, en lares metales innúmeros,
de las culturas megalómanas que pierden los ojos,
los perdieron en ante prehistoria del sueño poniente.
Todo eso que conformo lo llamado Europa,
hacia su onírico mito alado de estrellas andinas.
De  caminos que, emigrados, circundaron una geometría
del Oriente, al que unos llaman verdadero sabio de unicidad.
Del lago primigenio que nos amamantó a quienes
vinimos tantas veces a lo mismo,
que conformó un sueño de Dioses, desquite colérico
para desahuciados, a comer el pan de  sable y codicia.
De la novísima antehistoria que hizo un imperio Aztlan, Tiahuan,
lo más alto de lo americano, para luego bajar a la tierra
del arco y la piel, el lago y el tótem,
de lo nuevo y lo antiguo que pudo conformar  La Antigua Ámérica.

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