Joy City era la ciudad
más cachonda del oeste.
Tanto que empezaba a
convertirse en el principal hito en la
ruta turística de los avistadores de
búfalos, pieles rojas, cabareteras ,
cowboys y pistoleros.
Se había inaugurado para más inri, un nuevo conjunto de
locales, en los que se podía apostar
a toda clase de supuestos, en la más pura tradición
británica: quien sería el próximo flechado por los indios, avasallado por un búfalo,
agujereado por el pistolero más
despiadado, o atacado por el puma mas gigantesco. Todo esto aparte de los juegos
habituales. En el salón de toda la vida
estaban que echaban humo. Pero la mandamás de la comarca, Mistress
Espy Onza Guaier, una mujer entrada en años y salida en malas pulgas, dictaba y ordenaba hasta el
vuelo de la ultima mosca del condado. Y
no solía parar en barras, en cuanto a los métodos requeridos para cada caso. Algo nada
raro en el oeste, pero menos habitual en una mujer, que además no era
norteamericana anglosajona, sino de origen armenio. En esa cultura era habitual por lo visto la preponderancia
de las mujeres de ciertas familias
muy señaladas sobre los hombres, y la mistress lo
manifestaba claramente, con su marido
en primera línea de fuego.
Solo el juez Alfred
Rubik, le plantaba cara, habitualmente con los mismos métodos. Pero con métodos así , no había sitio nada más que para
una. Y el juez Rubik, frecuentemente
debía retirarse a sus posesiones de la lejana sierra Saltamontes, para lamer sus heridas. Entre
dimes y diretes , cada comarcano desgranaba
su teoría sobre el tipo de
sentimientos que inspiraban una relación
tan espinosa, pero que siempre tenía
como corolario, que estas dos personalidades
no podían vivir juntas, pero
tampoco muy separadas. Y nunca
habían hecho ni siquiera el ademan de
alejarse mutuamente para siempre. Tampoco
sabía todo el mundo que el
juez, no era en realidad tal juez, por lo menos no en la calidad en la que lo eran sus colegas de nombre. El
ejerció tal oficio, pero en puridad solo
debido a sus maquinaciones,
amenazas y chantajes. Su apodo de “ juez” venía
de mucho antes. Juez de vidas y de muerte.
La historia se complico cuando uno de los nietos,- sobrino-nieto, este -, de la poderosa Miistress Onza se
enganchó al juego y a las poderosas razones que le proporcionaban las chicas
del complejo lúdico. Estas, en paños
menores, ofrecían tabaco, bebida, fichas
de juego, y algún descanso en ciertas salas discretas, en los momentos que los jugadores
lo requerían. Este proceder ya había
provocado reyertas, jolgorio desbocado,
ruidos infernales en los
contornos, escenas de
porno duro en plena calles llegadas ciertas horas intempestivas
de la madrugada, y algún embarazo que otro. Pero al sobrino-nieto de mistress Onza le había proporcionado un amor
fatal y casquivano. Una chica de la que
se encapricho desde el momento en que la vio.
Las continuas reyertas entre ellos en
el mismo local, chillándose entre
las mesas, por los celos que Harper
no podía evitar, eran el hazmerreir de cada día, con
algunas jornadas en las que se tomaban algún descanso. Más que nada debido a que Harper,
conocido como “ el nieto”,
debía coger periódicamente una melopea de caballo para frenar la agresividad de sus envidias
hacia todo el que se acercaba
a su chica. Dado que esto era inevitable, a causa del tipo de trabajo de la joven, el
futuro unido de ambos no se presentaba
muy halagüeño.
El caso es que a
Harper se le metió entre ceja y ceja que un hombre muy frecuentador de aquellos garitos de moda,
hacía demasiado caso y miraba con ojos demasiado codiciosos a su nena. El mejor
amigo de Harper, Franper
Williams, era un pistolero mas
vocacional que profesional, y más de boquilla que de obra.
Pero las continuas reyertas de Harper le obligaron a
entrenar duro, en previsión de
males mayores, y fácilmente presagiables.
El hombre que mosconeaba en torno a la chica de Harper no tenía realmente ningún
interés serio en ella, pero era el típico espécimen del oeste que siempre se sentía con el derecho a dar la nota y hacer que se fijase en él
todo el mundo. Y solo siguió
molestando a la niña, más que nada por incomodar, y porque le sublevaba el que
Harper denigrara su albedrio de ciudadano americano.
A través de algunos
de los individuos del corro de sus amigotes, el susodicho individuo, mando un
recado al juez Rubik, allá en la sierra Saltamontes. El juez, automáticamente, vio una excusa fácil para hacer la puñeta a su eterna
enemiga . Mando unos esbirros a realizar
un trabajo muy concretamente planeado.
Entrarían en el local, y vigilarían, para en un momento en que la chica
de Harper estuviera en los lavabos, o en sus cuartos de descanso, y asegurándose de que el alborotador hombre
protagónico, estuviera bien a la vista de Harper durante un largo rato,
actuar en consecuencia.................
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