Vivimos un país de noticias que huelen a cochambre,
vivimos un mugar don de tu mano derecha es capaz de cortarle
la piel a la izquierda para
robarle un trozo de espejo.
Vivimos un país que tiene derechos, pero no tiene derechas que los hagan respetar, ellos están atareados con nuestros deberes. Metiendo sus derechos privados y secretos en cajas fuertes escondidas de la ley y el orden.
Vivimos un país que es invivible desde el inicio hasta el pitido final del día, porque el pito solo lo tocan pájaros de cuenta.
Vivimos un país de ratas de dos patas, que han vencido a las plagas del Medioevo, creando pestes más corruptoras, gangrenas del espíritu que te encogen las ganas de perdonar.
Ya no sabemos dónde está el progreso, porque los que dirigen los pasos de esta sociedad ofidio, llenan las mentes y la vista con
alucinaciones futuristas, que siempre
se adelantan a cada presente desvivido.
Vivimos como pájaros de oro, en jaulas de herrumbre tetanosa, una circunferencia viciosa, que te hace nacer al día como su fuera una creación, y morirlo como si un hampón pagado se encargase de matarlo antes del sueño. Como si un actor creara una ciudad para cantar, la ciudad del canto, y al final del día, los jueces del gobierno hubieran prohibido cantar por alegrías.
Hay días que parece que vivimos por no morir. Hay veces que es mejor dormirse un año entero, un siglo. Que daría igual, porque los que crean la máquina de la imagen tienen anestesiada la realidad a su antojo.
Y no hacen ni observar sus tan manidas tablas de la ley, solo las citan con voz engolada y fatua. Porque para ellos son de chocolate suizo, con las que adornar su tartas de niño repelente y adicto. Es una neolengua que nos esclaviza, porque se recrea en recrearse. En crear su propia destrucción creativa, que amenaza , qué dulce amenaza, encerrase en sí mismo, en ti mismo, para dejar de escuchar esos canticos de pájaros cuchara. Que matan de hambre al quien oye su canción entera.
Mucha más verdad hay en los vasos de vino que ensucian las entrañas, con algo que amenaza de frente. Ese vino peleón de vagabundo, para dormirlo al sol de invierno, como una ley de dios naturalista.
Mientras, ellos siguen en sus sillones, llenando sus tripas
de Moet & Chandon, de vino Imperial, del último descubrimiento de los mesoneros del reino
y sus almireces mágicos.
Tenemos la derecha política y mediática más guarra de Europa, y en vez de darle altramuces, bellotas y pienso Sandoz, le damos cancha y las gracias por haber creado patentes. La patente Transición, y la patente Marca España, y el patriotismo constitucional escrito en papel confeti de letrina: ahí reside el patriotismo de la diestrosa. De la osa grizzly de la política en las venas; usan lo público como su LSD, como su coca, para no tener que preguntarse quienes son cada día. Es una ideología de la destrucción, la que anida en sus vergüenzas cínicas, es morir o matar. Pero morir o matar , aunque muramos todos.
Solo queda el consuelo, de que quizá quedemos, queden algunos, como el último hombre después del diluvio, del apocalipsis final, del Armaggedon. Y que no sean de ellos. Que una nueva raza fina, recia, virtuosa y valiente, subsista, como hija de los hombres que no supieron ni quisieron vivir las palabras de la ley vacía que adornaron tanto tiempo las paredes decoradas de sus casas sin alma.
Vivimos por no dormir.
Por qué no dormir.
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